miércoles, 13 de agosto de 2014

La larga balada de los diez meses menos un día

Llegar hasta mi cama y dejarme caer a plomo sobre el colchón.
Lo hago siempre, aunque deba pedir disculpas después
por despertar al recuerdo de la mujer desnuda que duerme en él.
Pero ella sonríe y me pregunta cómo me ha ido el día.
No estoy seguro qué responder...
¿Se refiere a qué tal en la pega? ¿A qué nivel tengo la alegría?
Me mira con cariño y frunce el ceño...
Sabe que nuevamente escribiré una poesía
y que me reiteraré siendo yo en ella el protagonista.
¿Qué puedo decir? Tiene razón, es cierto.
Mi egocentrismo tiene derecho a salir un momento,
que se despeje, que tome un poco el fresco,
que se pone muy pesado si no le dejo.

Alzo la mirada y observo la cordillera nevada
a la que el ocaso cubre de tonalidad rosada.
Aún me pregunto a veces qué hago aquí,
si era más importante lo que perdí
que todos los motivos por los que huí.
Reconozcámoslo,
si no encajé en el lugar donde nací,
¿cómo pretendo acomodarme en otro país?
Supongo que haciéndolo, no más...
Sostengo en mi mano dos tarjetas plastificadas
y ambas horribles fotografías
me devuelven la mirada.
Las dos tarjetas dicen ser de identidad
pero, ¿cuál de ellas dice la verdad?
¿La que dice que soy español
aunque me haya escupido fuera
la primera tierra que conocí?
¿O la que junto a la bandera chilena
me proclama extranjero
pero me da arriendo, trabajo y dinero?

Pero... ¿encajo?
Aunque ya supiera el significado
desde hace tiempo,
hace cosa de tres noches me dijeron
"¡compadre, que te está joteando la mina esa!"
Y yo sólo podía pensar en una veta de mineral
bailando con ganas una jota aragonesa.
Pero... ¿encajo?
Si hasta se cubre mi piel de urticaria
cuando alguien me menciona
lo de la "madre patria".

Y si no encajo, ¿cómo encajar?
Supongo que podría regalar mi corazón
a la primera mujer en Chile que lo quiera
y que el calor de otro cuerpo alivie la espera
de decidir si pertenezco a esta u otra tierra.
Pero el cabrón del músculo no quiere cooperar
y, cuando lo intento, me chilla:
"¡Te jodes! ¡Yo soy demisexual!"
Ay... es obvio que eso no va a funcionar.

Sí, sé que es malo poner la venda antes de la herida
pero, ¿qué quieren?
Es lo que me enseñó cada hostia recibida
en esta puta vida.
Y puede que haya pronunciado
demasiados "te amo"
demasiado rápidamente
y también a demasiada gente...
pero incluso en los temas del amor
me veo en la situación
de sólo funcionar mediante prueba y error.

¿Qué precio pagaría antes que continuar
a solas en este mi querido país extraño?
¿Y si me dieran dos opciones?
Supongo que estaría dispuesto
a pasar otra noche en el peor barrio de Santiago
(pero esta vez con las dos cejas abiertas
y además sin pantalones)
antes que seguir andando a solas y a tientas.

Pero bueno, ese no es ahora el problema.
Retomemos la cuestión
de qué lugar físico debería sentir como propio.
Quizás sólo debiera ser lo comprendido
entre las tres paredes de esta pieza
y esa cuarta con forma de cristalera.

Pieza
que poco a poco se asemeja a un hogar,
acumulando ropa, papeles y cantidad
de sueños por realizar.

Pieza
donde habitamos los cuatro imposibles:
El recuerdo de la mujer desnuda
que continúa retozando en mi cama;
la espectral niña fantasma
a la que invité a mi casa
tras visitar el sótano de mi edificio
(porque no me daba la gana
de que la pobre pasara otra noche
en ese horrible sitio);
y un dorado ángel guardián,
que no sé qué bendición merecí
pero Dios lo envió a Chile
para que cuidara de mí.
Y se lo agradezco, sí.
Mas provoca muy incómodo malestar
cuando yo me necesito desfogar
y noto, de repente, su mirar resignado
mientras yo estoy agarrado
a cierto mágico bastón de mago.

Y a mis tres etéreas amistades
les planteo la curiosa cuestión
de que ya no sienta tristeza ni melancolía.
Simplemente, es como si se hubiera agudizado
la sensación de desubicación,
de sentirme solo aunque esté en pleno carrete,
de querer crear algo enorme y alegre
aunque, realmente,
le sea difícil conseguir algo de esa calaña
a un tipo que le cuesta levantarse cada mañana.

Los tres se miran y conversan.
Su resolución es traerme chocolate y cerveza.
Muchas gracias.
Solucionar, nada de nada...
Pero al menos me alegráis el estómago.
Así, enchocolatado y encervecido,
paso otra noche con mis tres amigos.
Y antes de caer dormido,
pienso que sería bonito
poner el contador a cero...
si no fuera
porque el cuentakilómetros de mi alma
hace mucho tiempo que se pasó de frenada.

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