viernes, 18 de julio de 2014

Papeleo

Encontré la habitación limpia y cálida
a pesar de que era barato
ese discreto motel en Madrid,
en plena calle Santiago.
Era poco más que un lecho y un baño
pero, ¿qué más necesitábamos?
Alquilé la pieza por tres horas
y ese pequeño secreto
terminó convirtiéndose en tradición.
Con una sonrisa,
me percato ahora de la ironía
implícita en su ubicación.

El escenario cambia
y vuelvo al momento presente.
Sentado con un número en la mano,
en una sede, en otro Santiago,
de la policía internacional.
Y aquí estoy escribiendo poesía,
en espera de que la funcionaria
me quiera llamar.

Pero mi memoria viaja año y medio atrás.
Y aunque yo me comprometí a no volver a amar
hasta aterrizar en Chile, fue sólo una falsedad.

Recorrí España amando
a pesar de que el pasaje comprado
era la condena de cualquier relación.

Sevilla me enseñó el error de la pasión
y el dolor que recuerdas con gratitud;
Guipúzcoa la ternura de decir "maite zaitut"...
y recuerdo una muchacha demasiado joven
que, en Talavera de la Reina,
me pide que me recueste en sus piernas
y comienza a acariciar mi cabeza
mientras se va durmiendo el atardecer.
Así hasta llegar a esos largos paseos en Valdebebas
donde una amiga se convirtió en mucho más.
Pero los besos y las promesas quedaron en nada
y ella hizo desvanecer de mi lado su silueta
al empezar la Navidad.

Faltan treinta números
y hace frío en esta oficina policial.
También tengo hambre, no he desayunado
y de buena gana me metía un ave palta
ahora mismo entre pecho y espalda.
Sería más fácil si mi hambre
sólo tuviera como protagonista la comida.

Porque me avergüenza reconocer
que la soledad en Chile me hizo cometer
el error de desnudar mi alma
en dos noches de pasión.
Y guardaré cada uno de esas memorias
como hermoso recuerdo feliz.
No duraron lo suficiente
como para dejar siquiera otra cicatriz.

Llega mi número.
La funcionaria pregunta mi nacionalidad.

Quiero responder
que mi patria es la gente que me quiere,
mi país la cama donde dormiré esta noche,
mi escudo las fotos que atesoro en mi interior,
mi himno el nombre que susurro...
Mi propósito es dejarlo libre tras tanto tiempo,
permitir volar al corazón.

Miro a la funcionaria a los ojos y respondo:
"Español".
Y ella me extiende una certificación
con tal foto mía que puede suponer
mi inmediata deportación.

Así que me encamino al Registro Civil
(aunque parezca exagerado, 
la burocracia aún no ha acabado)
y en la boleta con el número se lee
"tiene ciento seis personas delante de usted".

Eficaz manera de fomentar la procrastinación.

Pero mi mente no quiere evocar nada más,
así que me quedo varado en el momento actual:
Aunque cueste creerlo, de nuevo vuelvo a sentir.

Chile ha sido en mi alma
igual que el antiséptico en una ceja abierta:
Desinfecta mis recuerdos,
pero anda que no jode en el proceso.

Ahora, como tabula rasa,
me veo creando nuevos recuerdos con una muchacha
pero, extrañamente, sin preocuparme por qué ocurra más allá.
He descubierto que debo pensar menos,
he descubierto que debo sonreír más.
Por una vez, simplemente, me dejaré llevar.

Y en cuanto llegue mi turno
y me den un papel que, irónicamente,
nada explica de mí
pero se llama "cédula de identidad"
saldré a la calle con la única certeza
de que mi nueva vida
acaba hoy de comenzar.

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